Experimentando en el laboratorio de CCNN.
Hoy en día se hace aún más evidente la importancia de la química en la sociedad, pudiendo encontrarla en medicamentos, aditivos, carburantes, conservantes y un largo etcétera. Así, hemos querido reflexionar acerca de esta realidad y abordarla en el aula para que el alumnado observe, descubra e infiera. En un momento coyuntural tan complejo como el que vivimos, inundados de fake news, de supercherías, de gurús e influencers que han ascendido a la categoría de «polímatas» a golpe de likes por defender posturas absurdas en multitud de temáticas, como el fomento de la quimiofobia, nuestros estudiantes, abanderados con el método científico, han apostado por evolucionar hasta un estadio superior de conocimiento basado en la evidencia.
Una forma de evidenciar la realidad es poner a prueba lo aprendido, así que se les propuso realizar un trabajo de investigación sobre la evolución de los conservantes desde la Antigüedad, pasando por los persas, romanos, árabes… hasta hoy. Tomando como ejemplos el azúcar, la sal, la salmuera, la miel, el limón, el vinagre y los procesos de secado o ahumado hasta el estudio de aditivos alimentarios como el E-200, E-201, E-202, E-203, E- 210, etc.
Mientras explicaba cómo tenía que buscarse la información y realizar el trabajo, acerté a escuchar a un alumno que decía: “qué atrevida es la ignorancia”. Y al igual que le pasó a Proust con su famosa magdalena, inmediatamente, llegó a mi mente mi infancia y, con ella, aquella ignorancia de antaño con el consumo de carne de matanza y de caza sin análisis de triquinosis, con panes de los que ahora se han puesto tan de moda a partir de la llamada “masa madre”, el queso fresco que hacía mi abuelo en pleitas de esparto sin control sanitario alguno, los lomos en orza conservados con manteca en tinajas de barro… Y relacionándolo con los conservantes, llegué a la conclusión de que no sabía si éramos más ignorantes entonces o ahora; antes, no había tantos controles sanitarios ni conservantes químicos pero, hoy, hay innumerables E-conservantes y falsos títulos sin conservantes impresos en los envoltorios como reclamos publicitarios que atraen a compradores como la miel a las moscas. Para ello, propuse a mi alumnado realizar un experimento: pasar por sitios prolíferos de bacterias, tales como pomos de puertas, barandillas, mesas, grifos del baño…, distintos tipos de pan, realizando una comparativa entre panes de origen industrial (tipo molde, pan de hamburguesa o de perritos calientes) que no llevan ningún tipo de conservante añadido (a tenor del fabricante), y panes artesanos (realizados solo con harina de espelta o centeno, levadura, masa madre, agua y sal).
Así lo hicieron y al cabo de solo tres semanas teníamos unos panes dignos de aparecer en un bodegón de van Dijck, como campos florecidos en primavera, llenos de vida y de color. También, panes sin avistamiento de esos hongos tan típicos llamados “moho negro del pan”.
Y… ¿adivináis qué panes tenían hongos y cuáles no? Os invito a revisar las imágenes de nuestro experimento para ver si lo descubrís.
La ignorancia siempre ha sido un mal para la humanidad así que, parafraseando a Einstein, “todos somos ignorantes, lo que ocurre, es que no todos ignoramos las mismas cosas”.
Créditos de imágenes: departamento de ciencias naturales IES Carlos III – Aguadulce.
Experimento: Profesora María Dolores Capel Artero.
Post: Mª Dolores Capel y Javier Luque.