¿QUÉ COMEN LOS ASTRONAUTAS?

Nuestros estudiantes de 3º ESO siguen investigando, en el marco del proyecto AIRBUS/ESERO de investigación aeroespacial aplicada al aula, sobre nuevos aspectos relacionados con el espacio y las fascinantes metas que el ser humano está planteando en una nueva versión de carrera espacial que se está produciendo casi medio siglo después de aquella que nos llevara a poner un pie sobre nuestro satélite.

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Estrenamos aquí el logotipo que lucirá nuestro centro en esta aventura investigadora y que ha sido desarrollado por los estudiantes de educación plástica bajo la atenta supervisión de su profesor, Diego Ortiz, quien está colaborando con el departamento de tecnología para crear un modelo tridimensional del mismo que pueda ser imprimible en un soporte plástico.

Desde los departamentos de ciencias naturales y de educación física se plantean, cada año, diferentes actividades relacionadas con la nutrición debido a la falta de conocimiento general que se presenta en este campo y las constantes referencias que pueden encontrarse en cualquier medio social sobre dietas milagrosas, remedios para ganar o perder peso, productos de toda naturaleza que pretenden potenciar esta o aquella cualidad física, aumentar capacidades de aprendizaje y un largo etcétera donde todo vale a cuenta de la salud. Y este «todo vale» puede llegar a ser muy peligroso si no se cuenta con un mínimo de formación; y es por eso que resulta tan importante la labor docente cuando desmienten bulos, confrontan mitos con evidencias científicas y animan a reflexionar sobre las pretendidas bondades que ciertos productos, muy bien promocionados, venden como verdades absolutas por mostrarse junto a la imagen de tal o cual personaje conocido.

En este curso, la profesora de educación física María García, ha aprovechado el proyecto de investigación aeroespacial para proponer el reto (nada trivial) de crear una dieta para uno de esos astronautas que habrían de ocupar el campamento lunar que estamos diseñando.

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El punto de partida para este reto era reflexionar sobre los requisitos mínimos que debían cumplirse para poder sobrevivir en el espacio de forma saludable, conocer qué actividad física se habría de desarrollar tanto en órbita como en tierra firme, descubrir cómo afectaban las condiciones ambientales y la ausencia de gravedad al organismo, indagar cómo cambiaban las rutinas metabólicas en el espacio (en la Estación Espacial Internacional se experimentan dieciséis amaneceres cada día), investigar acerca de cómo afectaba a los tejidos humanos los cambios de presión… y cómo se podía obtener nuestro bien más preciado: el agua.

De toda esta investigación, cada grupo extrajo aquellas conclusiones que consideró más relevantes y preparó una completa exposición que bien podría tener cabida en alguna de las ponencias de la ESA Academy.

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Con ellos, aprendimos que la ingesta media diaria de los astronautas debe rodar las 3000 a 3500 kcal variando de si realizan actividades extravehiculares que supongan un incremento del gasto calórico. Para mantenerse saludables, aparte de tener un mínimo de actividad deportiva y desarrollar algún trabajo intelectual, cada día deben consumir proteínas, grasas, carbohidratos y, por supuesto, agua.

En los años 60 la dieta de un astronauta era triste, muy triste, limitándose en exclusiva a una suerte de papilla insípida. Ahora, la cosa ha cambiado para mejor y, aunque con limitaciones, pueden disfrutar de una dieta variada. Hay alimentos que no se admiten en una aeronave espacial por distintas causas como, por ejemplo, muchos productos derivados de la harina que pueden desprender migajas y tienen propensión a formar familias bacterianas con rapidez (aunque la tendencia actual es a irradiar los alimentos antes de consumirlos). En su lugar, se han incorporado tortillas húmedas que evitan ambos problemas.

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Buena parte de los alimentos que se consumen fuera de la Tierra se han transportado en formato liofilizado, un proceso de deshidratación que tiene su origen en el siglo XV, cuando en las faldas del Machu Picchu, los pobladores andinos congelaban las provisiones con ayuda de las bajas temperaturas al tiempo que el agua se escapaba de los alimentos lentamente, en forma de vapor, por efecto de la baja presión circundante. El formato moderno de este proceso lo debemos a Arsène d’Arsonval quien en 1906 consiguió deshidratar el alimento a costa de disminuir la presión logrando un efecto de sublimación del agua, que pasaba de estado sólido a gaseoso evitando la fase líquida. De esta manera, los astronautas solo tienen que añadir agua tibia a un envase de comida liofilizada unido con velcro a su bandeja para tener al instante un delicioso plato de huevos revueltos con espárragos (delicioso sí, pero el aspecto ya…).

La cuestión más importante aquí es el agua, ¿de dónde sale en el espacio?

Los vuelos espaciales llevan consigo una importante carga de agua potable que garantiza el suministro durante toda la travesía pero aprovechar al máximo su uso es siempre una prioridad. Más del 90% del agua que se consume a bordo proviene de reutilizar el agua de uso común, de capturar las moléculas en suspensión procedentes de la respiración de la tripulación y de las aguas regeneradas del sudor y la orina.

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De esta forma, nuestros jóvenes investigadores, han logrado comprender los mecanismos más importantes de la supervivencia en el espacio, entendiendo algunas de las singularidades que esconde un viaje espacial y profundizado en el concepto de dieta equilibrada y saludable. Si es cierta aquella máxima que sostiene que somos el reflejo de lo que comemos, esperamos que nuestro alumnado lleve una dieta balanceada que potencie un cuerpo sano y una mente equilibrada en lo anímico y  en lo emocional.

 

Créditos:

  • Logotipo de cabecera: Diego Ortiz. Departamento EPVA.
  • Resto de imágenes: extracto  de los trabajo de nuestros estudiantes.

Actividad promovida por María García (departamento de EF) en colaboración con Javier Luque (departamento de tecnología).

Post: Javier Luque.

 

 

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